domingo, 29 de junio de 2014

"Lloré así porque luché mucho para estar acá"

Neymar se sacó una mochila después del pase a cuartos y estalló en lágrimas. En la cancha, en cambio, no explotó nunca.



El Mineirao se estremece. Es un grito chillón, estruendoso, sordo en medio del estruendo. Un desahogo bestial. Una patada en el traste de los fantasmas. Y él está ahí: innerte, tirado en el piso, husmeando el terreno de la batalla, con lágrimas que le inundan los ojos, las lágrimas de millones de brasileños al borde de un ataque de Mineirazo que ya no será. Los segundos pasan y decenas de abrazos de reproducen en el campo y es Scolari el primero en levantar a o craque de casaca 10. Lo levanta y lo abraza con ternura y agradecimiento porque “hizo un gran esfuerzo después de que apenas empezado el partido lo golpearan y lo dejaran hinchado. Y tal vez será un gran problema para tenerlo en el próximo partido”. Felipao es otro crack en esto de entender los momentos, victimizarse cuando le conviene y así sacarles presión a sus compañeros.

El Mineirao tiembla. Es un repiqueteo tenso. Un rezo al destino. Y él va a patear con la tanda de penales 2-2.Camina, mira el piso, hace muecas, su novia Bruna Marquezine (una marquesina andante) se retuerce, el arquero Bravo -polemiquísima compra del Barcelona, pero ése es otro tema- lo espera, serán compañeros y hoy son la cara y la cruz. La maravilla va y patea perfecto, es gol, es engaño, es una mochila que se desprende de su espalda todavía cargada. Festeja y con un dedo parece decirle a Julio César ahora te toca a vos.

El Mineirao es un circo romano vestido de amarillo con pequeños manchones rojos. Es ilusión, pasión. Es primer alarido por Jara-David Luiz, primera alarma por Alexis Sánchez. Y él vuela. vuela cuando arranca con la pelota y también cada vez que lo rozan o lo golpean. Un vuelo acotado, varios arranques electrizantes que pierden energía y lucidez al final, un cabezazo de pique al suelo que pasa ahí de un palo, un show dentro del show con piruetas ocasionales y extensos lapsos sin aparecer.

El Mineirao ya está vacío. Es un monumento en silencio mientras la fiesta se desparrama por todo Brasil. Y él está ahí: gorra negra con su nombre en letras flúo, anteojos vintage, aros brillantes, un tatuaje de todo pasa (a la la, Don Julio) en el cuello. Se va del estadio, satisfacción por deber cumplido, padecimiento y goce en tres horas inolvidables de fútbol. “Fue todo muy difícil, pero lo conseguimos. Al final lloré de alegría porque hice un esfuerzo muy grande por esto, para estar aquí y seguir en la Copa. Y enseguida fui a abrazar a todos los rivales por lo que brindaron y a Alexis en particular porque es un amigo y sabía que la estaba pasando mal. Es una gran felicidad después de tanto sufrimiento, por eso las lágrimas al final”.

El Mineirao no recordará una brillante actuación suya. Pero Neymar nunca olvidará al Mineirao.


Fuente: Diario Olé.

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